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miércoles, 8 de febrero de 2012

Visita a Cantillon, en Bruselas

Cumpliendo con lo que he anunciado alguna vez a lo largo del último mes, el pasado fin de semana huí a Bruselas, con la intención además de visitar la fábrica de una de mis marcas favoritas, Cantillon, cuyas instalaciones están situadas en la parte oriental del distrito de Anderlecht. Alberga también en su interior el Museo Bruselense de la Gueuze así que si alguien esta dubitativo acerca de si pasarse o no por allí, ya tiene dos motivos.

Lo primero que me encontré al abrir la puerta del edificio de la calle Gheude fue un batallón de gente disfrutando de una pequeña copa de Lambic; eso me bastó para saber que me iba a gustar la visita. Una vez superada la pequeña aglomeración de personas me atendió una señora amabilísima tras un mostrador, que me indicó que el precio de la visita eran 6 euros, incluyendo un par de copas de dos Cantillon distintas. Una vez hube pagado me alcanzó un folleto de 10 páginas, que todavía conservo, que incluye un breve resumen de la historia de la fábrica y una pormenorizada guía de los distintos procesos de la elaboración, preparada para poder leerlos a medida que paseas por las polvorientas habitaciones donde se produce esta cerveza. Además explicó de forma rápida y concisa varios conceptos básicos sobre los distintos tipos de Lambic y las diferentes Cantillon, aunque reconozco que no pude evitar distraerme con los distintos productos que allí vendían, desde sus propias cervezas a muy buenos precios (por poner ejemplos, Vigneronne o St. Lamvinus 8 la botella de 75 cl y Rosé de Gambrinus, Kriek, Gueuze o Iris por debajo de 6 ) hasta camisetas, mermeladas y demás parafernalia.

Una vez superados estos trámites nos pusimos en marcha y pudimos ver, con no poca admiración, la sala de mezcla, la trituradora y las calderas de cocción, la tina de enfriamiento, etc. Especialmente agradable fue el paso por el granero, donde se almacenan los diferentes cereales y el característico lúpulo viejo que se emplea en en la elaboración de las Lambic, y que inundaba la estancia con un aroma embriagador, aunque nada comparado con el que producía la zona de almacenamiento de barriles, en la que se puede apreciar como la espuma de la fermentación llega incluso a derramarse por la superficie de estos.

Las últimas paradas antes de la ansiada degustación fueron, como alguno habrá podido intuir, la zona de embotellado, donde estaba la máquina que enseño en la fotografía y a la que perfectamente se le pueden adivinar por lo menos 30 años de existencia, y la bodega, en la que habitualmente se almacenan para que maduren hasta 60.000 botellas... ¡quién las pillara!. Tras esta agradable visita me lancé de cabeza a por las cervezas prometidas, y entre las que ofrecían me decante por la Gueuze y la Kriek, aunque con la ventaja de haber pactado con mi hermano que él pediría Rosé de Gambrinus, gracias a lo cual pude disfrutar de las tres. Por supuesto no abandoné la fábrica sin agenciarme una botella de la marca, que en los próximos días reseñaré.



"El tiempo no respeta aquello que se hace sin él"

miércoles, 21 de abril de 2010

Visita a la San Miguel, en Burgos

El pasado lunes hice una visita a la fábrica San Miguel de Burgos, con razón de una salida cultural preparada para una de las asignaturas de la Universidad. San Miguel no es una cerveza que me entusiasme, pero la visita a una de las fábricas de cerveza más grande de España es razón de más para esperar la fecha con entusiasmo. La única fábrica que había visitado era la de Guiness, en Irlanda, cuando contaba con unos tiernos quince años, sin el interés que hoy me suscita este tema. La visita prometía un recorrido por la fábrica, el descubrimiento de un secreto relacionado con Atapuerca, y una degustación final.


Formábamos un grupo que completaba la docena de personas, alumnos y profesores, y fuimos recibidos por la encargada de las comunicaciones de la empresa, una mujer simpática. Nos recibió con un vídeo que ensalzaba las virtudes y el recorrido histórico de la empresa San Miguel, sus logros y la evolución de su cerveza, hecho con una producción envidiable que me recordó a las mejores películas propagandísticas de la UFA.


Tras un breve vistazo a cuatro vitrinas que contenían los cuatro ingredientes fundamentales (adivinad cuáles), pasamos a visitar la fábrica. Recorrimos las oficinas de investigación, el laboratorio y la sala de desarrollo, mientras la guía nos iba definiendo los ingredientes para elaborar cerveza, poniendo especial énfasis en las cepas propias de levadura y las maltas y lúpulo fresco con el que hacen su cerveza. La primera parada obligatoria fue en la “sala de cocción”, un lugar que olía a pueblo en plenas fiestas, donde nos habló del proceso de elaboración de la San Miguel:
“Se tritura el grano de malta y se mezcla con agua, obteniendo una sustancia denominada mosto. Los restos de la malta que no se han mezclado bien son desechados, y se denominan bagazo. Este bagazo se lleva a las granjas, y es utilizado como condimento alimenticio con el pienso de los animales. El mosto se calienta, y cuando llega a 80º, se añade el lúpulo. Cuando se lleva a ebullición la mezcla, a los 100º, se cuece y se añade la levadura, para dar paso a lo que se podría denominar cerveza. Pero todavía tiene que atravesar una serie de controles para poder ser embotellada. El agua es un 99,9% reutilizada (e hizo alusión a ese 0,1%, que tienen como una espinita clavada), y hacen lo posible por adecuarse a las demandas ecológicas del mercado, de modo que al parecer, contaminan muy poco”.

Después nos mostraron los tubos filtradores y las desalcoholizadoras, explicándonos que debido a la demanda de cerveza sin alcohol tenían que haber añadido un nuevo depósito el doble de grande. Nos comentó que la 0,0 manzana se hacía con zumo de manzana, añadiéndolo directamente a la cerveza en el tanque.


Tras la visita a las descervecizadoras, pasamos a la zona de envasamiento, ya que las bodegas eran inaccesibles en ese momento (un pequeño inconveniente), y me sorprendí con el tamaño, la velocidad y la cantidad de cerveza que salía de esas máquinas. Miles de litros por minuto, a toda velocidad iban atravesando cintas transportadoras, envasados en latas y botellas. Para visitar esta zona nos tuvimos que poner gafas, lo que me extrañó, pues tan solo un par de operarios las usaban ahí dentro, mientras que el resto estaba expuesto a las innumerables invasiones malignas que sus ojos podrían recibir.


Los barriles, de 10, 20 y 50 Litros, eran desinfectados y llenados a toda velocidad, para finlmente amontonarlos en cajas. El recorrido de las latas era más fascinante, comenzando con el recipiente vacío y sin tapa, atravesando rigurosos controles de calidad, siendo limpiados, llenados, tapados y de nuevo revisados, para finalmente ser separados en packs de seis, embalados y amontonados. Las latas que no pasaban el control eran desechadas, con cerveza y todo.


Las botellas experimentaban un recorrido similar, aunque estaban separadas en dos grandes estancias. En la primera usaban botellas no recicladas, para venta directa al consumidor. En ese momento se veía cómo llenaban botellas de San Miguel Selecta, y cómo unas graciosas máquinas las empacaban en cajas de doce cervezas. Hasta 40.000 cervezas a la hora.
La otra sala utilizaba botellas recicladas, y podía procesar hasta 80.000 cervezas a la hora. Haciendo cuentas te llevas las manos a la cabeza. En esta estancia se procesaba cerveza Mahou, y la guía incidió en la idea de que era cerveza distinta que la San Miguel, que no provenían de los mismos tanques. Lógico.

Terminando la visita, nos llevó ante una sala en la que se hallaba una excavación de lo más pintoresco, de la que no revelaré nada por si el lector va de visita a esta fábrica, ya que es una sorpresa. Finalmente, el tan ansiado tentempié nos esperaba sobre dos mesas en la cafetería de la fábrica: patatas, frutos secos, pinchos de tortilla (una merendola en toda regla), dos enormes champaneras llenas de diversos estilos San Miguel (aunque la mayoría eran 0,0 manzana y 0,0 a secas), y un pack de seis San Miguel Selecta (lo más atractivo de esa selección). Me agencié una de estas, una 1516 y una San Miguel Eco, por curiosidad (apunté algunas cosas, en su momento hablaré de estas cervezas).
Como ”broche de oro” la guía nos instó a probar un maridaje: Mahou Negra con chocolates. La idea era buena, de no ser porque era rematadamente absurdo maridar una cerveza tan insípida y metálica como la Mahou Negra con unos chocolates puros 90% que nos ofrecían. La guía insistía en que experimentásemos la unión de sabores, pero con esa cerveza no había manera.


Para finalizar, le pregunté si San Miguel tenía a la vista algún proyecto de sacar al mercado una cerveza de trigo (debido a las “últimas tendencias” de otras cerveceras españolas, como las cervezas de trigo de Damm o Ambar), pero me dijo que de momento no era factible, que estaban en proceso de sacar algo con sabor a fresas. Me llevé las manos a la cabeza.

La visita es muy recomendable. Es una fábrica enorme, está muy bien preparada para las visitas y en definitiva, se trata de una de las cerveceras más importantes de España, si no la que más.