MODELO: Anderson Valley Barney Flats Oatmeal Stout
ESTILO: Oatmeal Stout (5'7% ABV)
PAÍS DE ORIGEN: Estados Unidos
CARACTERÍSTICAS: El año de mi nacimiento, 1987, fue también en el que la cervecera Anderson Valley inició sus andaduras en la ciudad californiana de Boonville, aunque en forma de brewpub. Así funcionó hasta 1996 cuando, al ver que la demanda de sus cervezas sobrepasaba con creces su producción, decidieron contruir una fábrica en las afueras de la localidad. Es en este lugar donde actualmente siguen con su actividad, elaborando de forma regular 10 cervezas distintas, por lo que parece bastante bien valoradas en Estados Unidos la mayoría de ellas.
Me decanté por llevarme esta botella, en vez de las otras dos de la marca que había en Líquidos, impulsado sobretodo por la pasión por el estilo que recuperé gracias a la de Samuel Smith, aún a sabiendas de que el listón había quedado por las nubes. Tras una larga temporada en sequía de Stout y similares parece que ni me acordaba de lo oscura que puede llegar a ser una cerveza, y casi me sorprendió el encontrarme un líquido tan opaco, herméticamente sellado por una capa de espuma beige sólida como una roca. De inmediato ataca al olfato el torrefacto, directo y sin anestesia, con intensos recuerdos de olivas negras, humo y tabaco, mientras cada mínimo resquicio es ocupado por un perfume lácteo, (que no láctico) algo achocolatado, que suaviza y endulza la poderosa presencia de los tostados.
Muy satisfacción era plena hasta este punto, sin embargo el primer trago me supuso un pequeño bajón al hallar un cuerpo inesperadamente ligero. No obstante, una vez repuesto de este sobresalto, la cerveza acaba convenciendo presionando más si cabe con torrefacto, olivas y cacao que de forma progresiva se acaban transformando en café negro, tabaco y ahumados. La sequedad es compensada por un dulzor acaramelado aportado por la avena, que se desvanece al final para terminar con un medido amargor terroso y herbal, que insiste en el humo y el grano abrasado, quedando estos en regusto. Si bien el primer trago me decepcionó un poco por su excesiva ligereza, su cremosidad y el brillante equilibrio me acabaron convenciendo de estar ante una muy buena cerveza.
Me decanté por llevarme esta botella, en vez de las otras dos de la marca que había en Líquidos, impulsado sobretodo por la pasión por el estilo que recuperé gracias a la de Samuel Smith, aún a sabiendas de que el listón había quedado por las nubes. Tras una larga temporada en sequía de Stout y similares parece que ni me acordaba de lo oscura que puede llegar a ser una cerveza, y casi me sorprendió el encontrarme un líquido tan opaco, herméticamente sellado por una capa de espuma beige sólida como una roca. De inmediato ataca al olfato el torrefacto, directo y sin anestesia, con intensos recuerdos de olivas negras, humo y tabaco, mientras cada mínimo resquicio es ocupado por un perfume lácteo, (que no láctico) algo achocolatado, que suaviza y endulza la poderosa presencia de los tostados.
Muy satisfacción era plena hasta este punto, sin embargo el primer trago me supuso un pequeño bajón al hallar un cuerpo inesperadamente ligero. No obstante, una vez repuesto de este sobresalto, la cerveza acaba convenciendo presionando más si cabe con torrefacto, olivas y cacao que de forma progresiva se acaban transformando en café negro, tabaco y ahumados. La sequedad es compensada por un dulzor acaramelado aportado por la avena, que se desvanece al final para terminar con un medido amargor terroso y herbal, que insiste en el humo y el grano abrasado, quedando estos en regusto. Si bien el primer trago me decepcionó un poco por su excesiva ligereza, su cremosidad y el brillante equilibrio me acabaron convenciendo de estar ante una muy buena cerveza.