El pasado lunes hice una visita a la fábrica
San Miguel de Burgos, con razón de una salida cultural preparada para una de las asignaturas de la Universidad.
San Miguel no es una cerveza que me entusiasme, pero la visita a una de las fábricas de cerveza más grande de
España es razón de más para esperar la fecha con entusiasmo. La única fábrica que había visitado era la de
Guiness, en
Irlanda, cuando contaba con unos tiernos quince años, sin el interés que hoy me suscita este tema. La visita prometía un recorrido por la fábrica, el descubrimiento de un secreto relacionado con
Atapuerca, y una degustación final.
Formábamos un grupo que completaba la docena de personas, alumnos y profesores, y fuimos recibidos por la encargada de las comunicaciones de la empresa, una mujer simpática. Nos recibió con un vídeo que ensalzaba las virtudes y el recorrido histórico de la empresa
San Miguel, sus logros y la evolución de su cerveza, hecho con una producción envidiable que me recordó a las mejores películas propagandísticas de
la UFA.
Tras un breve vistazo a cuatro vitrinas que contenían los cuatro ingredientes fundamentales (adivinad cuáles), pasamos a visitar la fábrica. Recorrimos las oficinas de investigación, el laboratorio y la sala de desarrollo, mientras la guía nos iba definiendo los ingredientes para elaborar cerveza, poniendo especial énfasis en las cepas propias de levadura y las maltas y lúpulo fresco con el que hacen su cerveza. La primera parada obligatoria fue en la “
sala de cocción”, un lugar que olía a pueblo en plenas fiestas, donde nos habló del proceso de elaboración de la
San Miguel:
“Se tritura el grano de malta y se mezcla con agua, obteniendo una sustancia denominada mosto. Los restos de la malta que no se han mezclado bien son desechados, y se denominan bagazo. Este bagazo se lleva a las granjas, y es utilizado como condimento alimenticio con el pienso de los animales. El mosto se calienta, y cuando llega a 80º, se añade el lúpulo. Cuando se lleva a ebullición la mezcla, a los 100º, se cuece y se añade la levadura, para dar paso a lo que se podría denominar cerveza. Pero todavía tiene que atravesar una serie de controles para poder ser embotellada. El agua es un 99,9% reutilizada (e hizo alusión a ese 0,1%, que tienen como una espinita clavada), y hacen lo posible por adecuarse a las demandas ecológicas del mercado, de modo que al parecer, contaminan muy poco”.
Después nos mostraron los tubos filtradores y las desalcoholizadoras, explicándonos que debido a la demanda de cerveza sin alcohol tenían que haber añadido un nuevo depósito el doble de grande. Nos comentó que la
0,0 manzana se hacía con zumo de manzana, añadiéndolo directamente a la cerveza en el tanque.
Tras la visita a las
descervecizadoras, pasamos a la zona de envasamiento, ya que las bodegas eran inaccesibles en ese momento (un pequeño inconveniente), y me sorprendí con el tamaño, la velocidad y la cantidad de cerveza que salía de esas máquinas. Miles de litros por minuto, a toda velocidad iban atravesando cintas transportadoras, envasados en latas y botellas. Para visitar esta zona nos tuvimos que poner gafas, lo que me extrañó, pues tan solo un par de operarios las usaban ahí dentro, mientras que el resto estaba expuesto a las innumerables invasiones malignas que sus ojos podrían recibir.
Los barriles, de 10, 20 y 50 Litros, eran desinfectados y llenados a toda velocidad, para finlmente amontonarlos en cajas. El recorrido de las latas era más fascinante, comenzando con el recipiente vacío y sin tapa, atravesando rigurosos controles de calidad, siendo limpiados, llenados, tapados y de nuevo revisados, para finalmente ser separados en packs de seis, embalados y amontonados. Las latas que no pasaban el control eran desechadas, con cerveza y todo.
Las botellas experimentaban un recorrido similar, aunque estaban separadas en dos grandes estancias. En la primera usaban botellas no recicladas, para venta directa al consumidor. En ese momento se veía cómo llenaban botellas de
San Miguel Selecta, y cómo unas graciosas máquinas las empacaban en cajas de doce cervezas. Hasta 40.000 cervezas a la hora.
La otra sala utilizaba botellas recicladas, y podía procesar hasta 80.000 cervezas a la hora. Haciendo cuentas te llevas las manos a la cabeza. En esta estancia se procesaba cerveza
Mahou, y la guía incidió en la idea de que era cerveza distinta que la
San Miguel, que no provenían de los mismos tanques. Lógico.
Terminando la visita, nos llevó ante una sala en la que se hallaba una excavación de lo más pintoresco, de la que no revelaré nada por si el lector va de visita a esta fábrica, ya que es una sorpresa. Finalmente, el tan ansiado tentempié nos esperaba sobre dos mesas en la cafetería de la fábrica: patatas, frutos secos, pinchos de tortilla (una merendola en toda regla), dos enormes champaneras llenas de diversos estilos
San Miguel (aunque la mayoría eran
0,0 manzana y
0,0 a secas), y un pack de seis
San Miguel Selecta (lo más atractivo de esa selección). Me agencié una de estas, una
1516 y una
San Miguel Eco, por curiosidad (apunté algunas cosas, en su momento hablaré de estas cervezas).
Como ”broche de oro” la guía nos instó a probar un maridaje:
Mahou Negra con chocolates. La idea era buena, de no ser porque era rematadamente absurdo maridar una cerveza tan insípida y metálica como la
Mahou Negra con unos chocolates puros 90% que nos ofrecían. La guía insistía en que experimentásemos la unión de sabores, pero con esa cerveza no había manera.
Para finalizar, le pregunté si
San Miguel tenía a la vista algún proyecto de sacar al mercado una cerveza de trigo (debido a las “últimas tendencias” de otras cerveceras españolas, como las cervezas de trigo
de Damm o
Ambar), pero me dijo que de momento no era factible, que estaban en proceso de sacar algo con sabor a fresas. Me llevé las manos a la cabeza.
La visita es muy recomendable. Es una fábrica enorme, está muy bien preparada para las visitas y en definitiva, se trata de una de las cerveceras más importantes de
España, si no la que más.